Sobre ser instructor

De los fallos se aprende. Y del tiempo haciendo cosas, también se aprende. Estas son mis conclusiones, pasado el tiempo, tras cuatro Semanas Tácticas Solidarias (STS), una Semana Táctica (ST) y varios cursos en el ámbito civil totalmente ajenos a mi profesión militar acerca de lo que supone presentarse como “instructor” delante de un grupo de alumnos. Y lo importante que es. De los fallos aprendí que es mejor ir por libre y ser uno mismo.

Debo reconocer que me cuesta referirme a los que vienen a estas formaciones como “alumnos”. Siempre me ha pasado porque no me considero un maestro, un maestro tiene alumnos; yo sólo explico cómo hago las cosas.

Ocurrió tras la primera Semana Táctica Solidaria en Algeciras. Me sorprendía cuando me contactaban y me preguntaban de cara a la segunda STS ¿qué das tú? Y se repitió en la siguiente STS, y en la ST: “oye Arturo, ¿tú qué das?”. Y me agradaba pero en cierto sentido me daba miedo porque cuando más de una persona te pregunta eso es que quiere decir que hay algo en ti que conecta con ellos y que prefieren que seas tú quien se lo expliques.

Porque realmente sólo explico cómo hago yo las cosas, la forma que a mí me funciona. Hay más formas, siempre lo digo. Pues para ser un mero transmisor de conocimientos habrá más formas o más sistemas, pero este es el mío. Yo lo hago así.

1. Saludar y dar la bienvenida. Por educación y porque no cuesta nada. Siempre me presento a mis alumnos y exijo que los que me acompañan se presenten. Y presento lo que hay: “me llamo Arturo y soy…”. No intento impresionar a nadie porque el mundo es muy pequeño y todo se sabe. Hay lo que hay, sin más.
Hay que dar la bienvenida. También es importante porque las personas que están frente a ti se han dejado su tiempo libre y su dinero para llegar y mantenerse los días que te acompañan. Y además, por eso mismo hay que ser agradecido y dar las gracias.
2. Humildad. Hay que entrar pequeño para salir grande. Viene a colación de lo anterior. No hace falta entrar destacando lo que eres de dónde vienes o lo que has hecho, o cubierto de marcas que no te patrocinan, ni cargado de equipamiento, ni haciendo que tu sombra sea la más larga. No eres el más, vengas de donde vengas y seas lo que seas.
3. Sonreír. No cuesta nada. Y lo dice una persona que no se caracteriza por hacerlo a menudo. Pero con el tiempo me he dado cuenta que dar las explicaciones de forma amena, sonriendo, con bromas, contando anécdotas, etc., hace que el temeroso o el que viene tenso se relaje y pueda avanzar.
4. Voz suave, no gritar. ¿Para qué? ¿Para bloquear al que ya viene tenso? ¿Para imponer una tensión innecesaria y haya accidentes? Aprendí hace tiempo que se logra más con buenas palabras y siendo accesible que exigiendo sin parar. Yo no grito, no me hace falta.
5. Marcar un objetivo en el adiestramiento. Yo entro en el campo de tiro con una idea de hasta dónde quiero llegar con el conjunto de personas que han venido, pero también entro con una idea de hasta dónde debo llegar como mínimo con todos. Y “todos” incluye al menos avanzado del grupo. Todos deben llegar, no se debe apartar a nadie. Es una cuestión de respeto.

Nadie es mejor, nadie es peor.



6. Explicar el por qué. Uno no dice cómo se debe hacer, uno debe explicar por qué hacerlo así, por qué considero que se debe hacer así. Mi sistema es ese. Dar una explicación de la situación y luego aportar la solución, detallando por qué yo lo hago así.
Y a veces se entabla un diálogo con los presentes que es casi más enriquecedor que lo que se estaba explicando. Y ese parón viene bien. Y luego se sigue.
7. Técnicas, tácticas y procedimientos. Esa es la secuencia. Se expone una situación, se explican diferentes formas para afrontarla si las hay o una sola para resolverla, se practican y se hace lo posible para asimilarlas. El asistente debe tener presente que viene con una caja de herramientas vacía y que se le van a proporcionar todas las disponibles, siempre las mejores. Y que es responsabilidad suya colocarlas y elegir las que mejor se adapten a su desempeño profesional.
8. Darlo todo. El asistente tiene que irse con el convencimiento de que le has transmitido todo lo que sabes, absolutamente todo, que no te has guardado nada.

9. Siempre despedirte al finalizar. Y hacerlo deseando de todo corazón que todo haya sido de provecho y que les sea de utilidad. Recordarles que pueden contactar contigo para cualquier duda (lo hacen, doy fe) o aclaración. Y nuevamente dar gracias por su asistencia, su participación y su interés.

Un saludo.

Arturo Mariscal Rubial. 

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